Lavanda
Esa
noche me desperté al notar un intenso aroma a lavanda que se
impregnaba en mis fosas nasales, abrí los ojos con la idea de
levantarme para averiguar de dónde provenía dicho olor. Lo había
inhalado durante tanto tiempo que lo saboreaba en mi garganta,
provocándome
náuseas.
Cuando
me disponía a ponerme en pie noté algo, una mirada clavada en mi
persona, las piernas me temblaban como si de gelatina se tratasen. Me
quedé inmóvil, no sabía cómo reaccionar ante esa situación.
Sentía un terror inmenso, sabía que ni mi madre ni mi hermana
podrían ser ese "alguien" que se encontraba escondido en
la oscuridad de mi habitación ya que justo esa noche todos en casa
tenían planes y yo era la única que no había salido.
Inspeccionaba
el cuarto intentando no mover ni un sólo músculo, pero no lograba
percatar nada. Con un rápido impulso me abalancé
hacia el interruptor para así poder encender la luz y convencerme a
mi misma de que era imposible que nada hubiera allí. Y así era.
Nada, absolutamente nada a excepción
del intenso perfume que seguía flotando en ese reducido espacio
Un
poco más aliviada, me repetí a mi misma que ya estaba bien de
imaginarse cosas estúpidas. Me volví a recostar sobre la cama con
la intención de recobrar el sueño, pero me era imposible. No podía
dejar de imaginar por qué demonios mi imaginación trataba de
hacerme pasar una mala noche. Dado que no podía dormir, bajé a la
cocina para beber agua.
Ahí
estaba otra vez, ese maldito olor a lavanda que no dejaba de
perseguirme. Por más vueltas que le diera para lograr averiguar de
dónde provenía nada me venía a la mente. Podía oír una voz en el
fondo de mi cabeza que decía que todo estaba bien, que sólo eran
imaginaciones mías y yo intentaba creerla pero todo esfuerzo que
ponía me era en vano.
Harta
de mis pensamientos decidí encender todas y cada una de las luces de
la estancia. De la cocina pasé al comedor, de este a la sala de
estar, luego las escaleras, el cuarto de mis padres, el de mi
hermana, el mio y sólo me quedaba el baño. Y entonces la ví. Una
sombra que saltaba desde la esquina del pasillo, aun oscuro, hacia el
aseo, y aterrada supuse que era esa la presencia que me espíaba en
mi habitación, esa que desprendía el olor que se encontraba
incrustado en mi nariz.
Mi
cuerpo no respondía a mis órdenes, desde dentro le gritaba que
saliera de ese lugar, que fuera a cualquier lado lejos de esta casa,
pero haciendo lo contrario se acercaba más y más al tenebroso baño
que se encontraba en frente.
Paso
a paso me adentraba en la oscuridad y de repente oí una voz que
susurraba mi nombre, una voz dulce que me indicaba que debía entrar
al baño. Y así lo hice.Una vez llegada a la puerta, introduje mi
mano temblorosa para así poder prender la luz y ver que es lo que me
esperaba.
A
los pocos instantes me encontraba frente al espejo, nadie,
absolutamente nadie se encontraba conmigo, sólo unas palabras
escritas con un precioso carmín de color rosado. Una vez reunido el
valor para leerlas las lágrimas empezaron a correr por mis
mejillas. El mensaje que allí redactado estaba era el siguiente:
"Dulce
abejorro, siento haberte asustado, sólo quería verte dormir, como
en los viejos tiempos. Necesitaba observar como descansabas una vez
más. Desde tan alto no logro percibir cada detalle de tus acciones y
eso me hace sentir triste. Te hecho de menos pequeña. Te estaré
cuidando, y recuerda, siempre estaré ahí, contigo. Pase lo que
pase. Abu”
Un
escalofrío me recorrió sin dejar de visitar ni un sólo centímetro
de mi cuerpo, y una avalancha
de lágrimas resbalaban
por mi barbilla y mi cuello hasta perderse dentro de mi camisa. El
perfume había desaparecido, ni rastro de él ni de mi abuela, esa
que había estado junto a mí, incluso cuando no podía. Sin remedio
una sonrisa se dibujó en mi cara. Volviendo sobre mis pasos fui
apagando de una en una las luces de la casa y volví a mi habitación,
y esta vez con la seguridad de que nada me podría pasar de ahora en
adelante.
MARÍA SERICHOL FUMERO 4º B
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