viernes, 12 de junio de 2015

CONCURSO: RELATOS



Lavanda
Esa noche me desperté al notar un intenso aroma a lavanda que se impregnaba en mis fosas nasales, abrí los ojos con la idea de levantarme para averiguar de dónde provenía dicho olor. Lo había inhalado durante tanto tiempo que lo saboreaba en mi garganta, provocándome náuseas.
Cuando me disponía a ponerme en pie noté algo, una mirada clavada en mi persona, las piernas me temblaban como si de gelatina se tratasen. Me quedé inmóvil, no sabía cómo reaccionar ante esa situación. Sentía un terror inmenso, sabía que ni mi madre ni mi hermana podrían ser ese "alguien" que se encontraba escondido en la oscuridad de mi habitación ya que justo esa noche todos en casa tenían planes y yo era la única que no había salido.
Inspeccionaba el cuarto intentando no mover ni un sólo músculo, pero no lograba percatar nada. Con un rápido impulso me abalancé hacia el interruptor para así poder encender la luz y convencerme a mi misma de que era imposible que nada hubiera allí. Y así era. Nada, absolutamente nada a excepción del intenso perfume que seguía flotando en ese reducido espacio
Un poco más aliviada, me repetí a mi misma que ya estaba bien de imaginarse cosas estúpidas. Me volví a recostar sobre la cama con la intención de recobrar el sueño, pero me era imposible. No podía dejar de imaginar por qué demonios mi imaginación trataba de hacerme pasar una mala noche. Dado que no podía dormir, bajé a la cocina para beber agua.
Ahí estaba otra vez, ese maldito olor a lavanda que no dejaba de perseguirme. Por más vueltas que le diera para lograr averiguar de dónde provenía nada me venía a la mente. Podía oír una voz en el fondo de mi cabeza que decía que todo estaba bien, que sólo eran imaginaciones mías y yo intentaba creerla pero todo esfuerzo que ponía me era en vano.
Harta de mis pensamientos decidí encender todas y cada una de las luces de la estancia. De la cocina pasé al comedor, de este a la sala de estar, luego las escaleras, el cuarto de mis padres, el de mi hermana, el mio y sólo me quedaba el baño. Y entonces la ví. Una sombra que saltaba desde la esquina del pasillo, aun oscuro, hacia el aseo, y aterrada supuse que era esa la presencia que me espíaba en mi habitación, esa que desprendía el olor que se encontraba incrustado en mi nariz.
Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, desde dentro le gritaba que saliera de ese lugar, que fuera a cualquier lado lejos de esta casa, pero haciendo lo contrario se acercaba más y más al tenebroso baño que se encontraba en frente.
Paso a paso me adentraba en la oscuridad y de repente oí una voz que susurraba mi nombre, una voz dulce que me indicaba que debía entrar al baño. Y así lo hice.Una vez llegada a la puerta, introduje mi mano temblorosa para así poder prender la luz y ver que es lo que me esperaba.
A los pocos instantes me encontraba frente al espejo, nadie, absolutamente nadie se encontraba conmigo, sólo unas palabras escritas con un precioso carmín de color rosado. Una vez reunido el valor para leerlas las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. El mensaje que allí redactado estaba era el siguiente:
"Dulce abejorro, siento haberte asustado, sólo quería verte dormir, como en los viejos tiempos. Necesitaba observar como descansabas una vez más. Desde tan alto no logro percibir cada detalle de tus acciones y eso me hace sentir triste. Te hecho de menos pequeña. Te estaré cuidando, y recuerda, siempre estaré ahí, contigo. Pase lo que pase. Abu”
Un escalofrío me recorrió sin dejar de visitar ni un sólo centímetro de mi cuerpo, y una avalancha de lágrimas resbalaban por mi barbilla y mi cuello hasta perderse dentro de mi camisa. El perfume había desaparecido, ni rastro de él ni de mi abuela, esa que había estado junto a mí, incluso cuando no podía. Sin remedio una sonrisa se dibujó en mi cara. Volviendo sobre mis pasos fui apagando de una en una las luces de la casa y volví a mi habitación, y esta vez con la seguridad de que nada me podría pasar de ahora en adelante.
MARÍA SERICHOL FUMERO 4º B